lunes, 30 de mayo de 2016

CHISINAU: La capital de Moldavia

Aunque en un primer momento no estaba entre nuestros planes cruzar la frontera, tomando una cerveza en la Plaza Unirii de Iasi, decidimos alterar ligeramente nuestro itinerario inicial al percatarnos de lo cerca que estábamos de la capital del país vecino (140 km); aunque la realidad sería bien distinta. 

Despidiéndonos de Iasi por el retrovisor de nuestro Dacia Logan de alquiler, pusimos rumbo hacia uno de los países menos visitados del mundo. Con un tamaño apenas superior a Cataluña, Moldavia presume de ser el séptimo país en exportaciones de vino, además de tener las bodegas más grandes del mundo de estos caldos. Circulando por sus carreteras, uno se pierde entre los infinitos viñedos que custodian ambos lados del asfalto, rememorando las nacionales de la comarca de la Ribera de Duero.

Letrero a la entrada de Moldavia
En distancia, la línea que une Iasi y Chisinau no es muy grande, pero la variante del tiempo resultó ser bien distinta. Al llegar a la frontera, un primer control en la parte rumana y un segundo en la parte moldava nos retuvieron por más de 3 horas, sumándole la gestión del visado (5€ por un visado de una semana), con el que no contábamos. 

Aunque el idioma moldavo es una ligera variación del rumano, en Moldavia descubrimos que cualquier otra coincidencia con el país de Drácula es pura coincidencia. Rumanía, si por algo presume, no es desde luego por su excelente red de infraestructuras de transporte, de hecho, es destacable el mal estado de la mayor parte de sus carreteras, por no entrar a hablar de su sistema de infraestructuras ferroviarias. Pero una vez en Moldavia, las carreteras rumanas pasaron a ser una fantasía. Si en Rumanía uno puede encontrarse fácilmente hoyos entre el asfalto, en algunos tramos de Moldavia, fue casi imposible encontrar algo de asfalto entre los hoyos. 
Si sumamos el hecho de que la Policía de frontera nos detuvo para pedirnos alguna que otra explicación sobre nuestras intenciones en el país moldavo, salvamos los 140 kilómetros de distancia que separan Iasi y Chisinau "solamente" en unas 7 horas.

Centro de Chisinau
Chisinau nos recibió con un gris soviético digno de mención. Es extremadamente sencillo encontrarse por las calles de la ciudad símbolos comunistas. Uno puede percatarse rápidamente del espíritu de la URSS que aún sigue latente entre sus habitantes.

Un vasto mercado de 5 manzanas colapsa cada día la ciudad. Repartido entre locales cerrados y puestos callejeros, uno puede encontrar un surtido abanico de productos de segunda mano, ropa o informática, todo conviviendo con la mayor oferta de productos alimentarios; desde la más amplia variedad de frutas, verduras y legumbres, hasta queso o pescado fresco que conservan en cubos de agua. Respecto a los productos cárnicos, se pueden ver filetes y cabezas de animales en mesas al aire libre sin ningún tipo de refrigeración. Un inspector de sanidad en el mundo occidental saldría despavorido de allí.

Mercado central

Arco del Triunfo
Paseando por sus calles y avenidas, llegamos fácilmente a sus dos parques centrales: Parcul Catedralei y el Parcul Stefan Cel Mare.
En el primero, encontramos el Arco del Triunfo y la principal catedral de la Iglesia Ortodoxa Rusa: La Catedral de la Natividad.

Cruzando la avenida, llegamos al Parcul Stefan Cel Mare, el parque más antiguo de la ciudad. Con su entramado de paseos y fuentes, es un lugar tranquilo para el disfrute de niños y jubilados.


Paseo central del parque Stefan Cel Mare
Siguiendo nuestro paseo, encontramos varias iglesias ortodoxas con estilos y colores particulares; destacan los extravagantes tejados azules que predominan a lo largo del país.

Iglesia ortodoxa con tejado azul
Alejándonos un poco del centro, conseguimos llegar al parque mas grande de Chisinau: El Parcul Valea Morilor. Con un imponente lago central, resulta el lugar perfecto para desconectar del ruido y el estrés de la capital. Caminando por sus cuidados paseos, uno se siente como en cualquier capital europea. No cabe duda que Moldavia es un país lleno de contrastes.

Lago central en Parcul de Valea Morilor.
Tras comer una Placinta y tomar un café en Malldova (primer centro comercial del País que abrió sus puertas en 2008), nos dirigimos de nuevo a la frontera para tratar de llegar a Rumanía. Pero antes, aún tendríamos que experimentar en nuestra piel la corrupción más rancia que varea el país. Tras cometer una supuesta infracción al pisar una inexistente línea continua con nuestro coche, la policía nos detuvo. Con unos modales bastante rudimentarios, nos ofrecieron la retirada de la multa de 80 euros a cambio de todo el dinero que tuviéramos encima, de lo contrario, no podríamos abandonar el País. El azar quiso que en la cartera solo lleváramos 20 lei moldavos (algo menos de 1 euro), por lo que nuestra única salida fue intentar llegar a un acuerdo verbal. Tras una áspera conversación de una hora en el asiento de nuestro destartalado Dacia Logan, y tras recalcar nuestro papel de voluntarios en el país vecino, comprendieron que realmente no disponíamos del dinero, accediendo a dejarnos marchar. 


Conduciendo por Moldavia
Dejando atrás la capital, nuestro único objetivo era llegar a la frontera sin incidentes. Pero Moldavia, ese país de contrastes, aún nos tenía reservada la última sorpresa. En una de sus carreteras llenas de baches, nuestro coche empezó a perder potencia y a sonar como si de repente, el motor de un Porsche se hubiera colado bajo el capó. Rápidamente comprendimos que se nos había roto el tubo de escape. 

Cuándo finalmente conseguimos poner los pies en tierras rumanas, nos sentimos como en casa. Pensamos en poner fin a nuestro viaje, pero estábamos a 100 km del Delta del Danubio, el plato fuerte de nuestra ruta.

Poniendo un punto y final a nuestra incursión por Moldavia, descubrimos que se trata de un país al que le queda mucho camino por recorrer. 
En el momento... cruzar la frontera pudo parecer una gran idea, pero a día de hoy, aún mostramos un ligero escepticismo cuándo nos preguntan qué tal por allí. De todo se aprende. 




Texto: Enrique de Paz
Fotografía: Silvia Blanco

2 comentarios:

  1. Al menos no fue un viaje intranscendente! impresionante lo de la multa. Gran narración. Un abrazooo. Javi, Luanco.

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