lunes, 6 de junio de 2016

DELTA DEL DANUBIO. Donde se desborda la vida.

Tras 2800 km atravesando 10 países, el poderoso río Danubio se descentraliza en una vasta extensión de humedales remotos antes de desembocar en el mar negro, al sur de la frontera entre Rumanía y Ucrania. Declarado Patrimonio de la Humanidad, este humedal de 4187 kmde marismas, islotes de Juncos, bancos de arena y recónditas playas, es uno de los grandes atractivos del país.

El delta es un paraíso para cualquier amante de la naturaleza. Bajo títulos de protección internacional como el de Reserva de la Biosfera (Reserva de la Biosfera Transfronteriza del Delta del Danubio), la región se ha convertido en una reserva para peces y aves salvajes de todo tipo. Los aficionados a la ornitología encontramos allí la excitante oportunidad de atisbar especies, como la carraca europea, el pigargo europeo, la garza blanca, el cisne vulgar y el cantor, el halcón, y hasta puede que uno o dos pelícanos.

Pareja de cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) en la parte alta del árbol

En Tulcea, donde establecimos base para explorar el delta, el río se divide en tres brazos principales: el Chilia, Sulina y Sfantu Gheorghe.  A partir de ahí, la carretera desaparece para dar lugar a los canales y el barco se convierte en el único medio de transporte.

Canal del Danubio en el delta
Tulcea es la ciudad portuaria más grande del delta y el principal punto de acceso a la región. Desde el puerto, salen ferries de pasajeros diariamente hacia localidades como Sulina o Sfantu Gheorghe, pequeños pueblos pesqueros en la costa del mar negro. Si no se dispone de mucho tiempo, como era nuestro caso, la mejor opción es explorar el delta con viajes de día. Existe una gran oferta de excursiones en barco por el delta; desde grandes ferries a pequeñas embarcaciones pesqueras, más lentas y tradicionales. 

Vista del puerto de Tulcea desde el paseo fluvial al atardecer

Si la intención es avistar aves, la mejor apuesta ha de ser una embarcación pequeña y silenciosa, ya que las grandes embarcaciones presentan una doble limitación: no pueden acceder a los canales pequeños y el ruido que desprenden suele ser incompatible con el avistamiento de cualquier especie.

Buques amarrados a la orilla del Danubio

Tulcea, más allá de su amplia oferta de bares y restaurantes con el mejor pescado de toda Rumanía, no presenta un atractivo especial. Tras un primer día dedicado a pasear por la ciudad y tomar, al fin, un poco de pescado fresco, concretamos un viaje con una pequeña empresa de eco-turismo local, que nos ofreció una embarcación tradicional de madera, lenta, pero efectiva para tratar de acercarnos lo máximo posible a las entrañas más salvajes del delta, nuestro principal objetivo del viaje.

Lancha de la policía fluvial
Nuestro recorrido en barco consistió en una ruta circular de 7 horas por los canales de alrededor de Tulcea. Con la cámara en una mano y la guía de aves en la otra, el barco salió del puerto. Navegando por el brazo principal del Danubio, nos cruzamos con un gran número de barcos, tanto de pasajeros, como embarcaciones de la policía o la ambulancia. Aun así, en las orillas, pudimos observar alguna garceta acostumbrada al bullicio.


Garceta común (Egretta garzetta) a las orillas del Danubio a su paso por Tulcea
En cuánto nos desviamos por uno de los canales secundarios, el panorama cambió por completo. Con la calma, la procesión de aves empezó a ser una constante. Desde pequeños abejarucos o carracas, hasta grandes garzas, garcetas, avetorillos, halcones, cisnes, espátulas y cormoranes, entre otros, nos fueron dando la bienvenida a nuestro paso por los canales.

Gaviota cabecinegra (Ichthyaetus melanocephalus)

Garza imperial (Ardea Cinerea)

Cormorán grande (Phalacrocorax carbo)

Avetorillo común (Ixobrychus minutus)
Surcando los canales, aparecen con frecuencia pequeñas viviendas de pescadores, algunas de las cuales, aún conservan esa esencia derivada del estilo de vida tradicional.

Caseta de pescadores sobre uno de los canales del delta
Aún no lo sabíamos, pero la embarcación se dirigía hacia uno de los lugares más impresionantes de toda la visita: la mayor colonia de cormoranes de la región. Apilados unos sobre otros, se contaban por decenas los nidos en cada árbol. Las aproximadamente 10 hectáreas que abarca la zona, tienen como constante, un espectacular graznido de cormoranes. La experiencia es única.

Nidos de cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo)                       

Preparando los lomos
del pez-gato
Después de varias horas de paseo y con la vista bien afilada, era momento de comer. Como la empresa que organizaba el viaje trataba de fomentar el turismo etnográfico, tuvimos la suerte de poder disfrutar de una sopa de pescado fresco en una cabaña tradicional de la cultura popular del delta. 

Al bajar del barco, la familia que allí se alojaba, recibió a cada pasajero al estilo tradicional; mientras la madre nos deleitaba con un buen vino blanco regional y unos chupitos de visinata casera (licor de guindas), el marido se encargaba de limpiar el pescado, aún vivo, que había capturado unas horas antes: 4 carpas y un pez gato. 
Una vez limpio el pescado, se echo más leña al fuego, y los lomos de los peces poco a poco fueron dando paso a una maravillosa sopa. Cuándo llegó a la mesa, se acompañó de pan, orujo y una grata conversación llena de curiosidades e historia. 


Después del banquete, pusimos rumbo a Tulcea, aunque esta vez, con la barriga más inflada y el ojo menos afilado. Aun así, no faltaron las especies, que en esta ocasión, se despedían de nosotros.

Garza imperial (Ardea Cinerea)

Con una ligera melancolía, pusimos fin a nuestro viaje, con la satisfacción, una vez más, de haber conocido historias y lugares que nos abren nuevas perspectivas de las cosas, comprendiendo que viajar, supone un ejercicio con fatales consecuencias para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente.


“Quedarse es existir pero viajar es vivir” 
Gustave Nadaud

Texto: Enrique de Paz

Fotografía: Silvia Blanco

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